Está parafraseado, pero la inspiración la obtuve de la serie “You”, no se preocupen, no voy a contar nada.
Sin embargo, la frase me hizo reflexionar: ¿Cómo se supone que voy a estar bien con vos yéndote si en verdad te fuiste?
¿Cuántas veces, cuando una persona “se va” de nuestras vidas, no se va realmente? ¿Cuántas veces el momento de partida de alguien, el momento en que nos deja, no es, en verdad, el momento en el que lo/la dejamos ir? ¿Cuántas veces nos aferramos a un recuerdo, o más bien, a un perfil de una red social, para llenar el hueco que dejó una persona al irse y, de esa manera, no la dejamos ir del todo?
Las redes sociales nos facilitaron el arte de soltar. Pero también el de aferrarnos a cosas que nunca van a pasar.
Soltar porque todo es instantáneo. Ya escribí sobre este tema anteriormente así que no me voy a explayar demasiado, pero vale volver a mencionar lo efímero de las relaciones, de las amistades, de los vínculos. El como un simple me gusta puede determinar el inicio o el final de una relación: como punto de inicio, como una pequeña luz verde que nos invita a avanzar al momento de hablarle a una persona. Como punto final, como la señal de alerta de que la persona con la que estamos puede estar interesada en alguien más. Así con miles de cosas: un visto, una última conexión, un tweet, una historia, etc.
Y aferrarse, porque gracias a las redes sociales nunca tenemos que dejar ir del todo. Quizá ya no hablamos con x persona todos los días ni nos veamos tan seguido, pero, aunque cruzaron la puerta de salida, nunca terminaron de irse porque nosotros no los dejamos. Cada día entramos en sus redes sociales, revisamos sus perfiles, vemos sus historias, incluso hay aplicaciones (como Snapchat) que nos permite ver dónde están.
Entonces, ¿Realmente se fueron? O mejor dicho, ¿Realmente los dejamos ir?
Quizá ellos eligieron cruzar la puerta de salida de nuestras vidas, pero nosotros nos quedamos con una ventana, que aunque no brinda el espacio suficiente para que vuelvan a entrar, nos permite espiar que están haciendo en todo momento.
Imaginen la situación.
Piensen en esa persona cuyos perfiles en las redes sociales revisan diariamente: alguien que solía ser su amigo/a, su novio/a, su compañero/a, en fin, un ex-algo. Ahora, visualicen que, en lugar de un perfil a través de una pantalla, lo que ven diariamente es a esa persona haciendo distintas cosas, lo hacen colgados a través de una ventana, esa persona no saben que la están viendo, pero ustedes siguen cada paso que ella da frente a esa ventana.
¿Qué pensarían de ustedes mismos, entonces?
Me podrán tomar de exagerada, pero indirectamente, eso es lo que hacemos. Tenemos una ventana disponible las 24 horas del día que nos permite ver lo que, esa persona en la que pensaron antes, hace frente a ella.
No violaremos su privacidad, pero sin embargo estamos pendientes de alguien que no nos mantiene al tanto de su vida voluntariamente, al menos no a nosotros en particular, sí a la totalidad de sus seguidores, pero no a nosotros, a vos, a mí, en calidad de ex-algo.
Alguien que ya no habla con nosotros como solía hacerlo.
Alguien que salió de nuestra vida y, en consecuencia, nos expulsó de la suya.
¿No es insano, entonces, que sigamos colgados a la ventanita?
Cada uno tendrá su propia respuesta a esta pregunta, pero acá va la mía:
Sí.
Sí, es insano. Sí, es enfermizo. Pero no necesariamente para el otro, sino para nosotros mismos.
Es enfermizo aferrarse a algo que no es real. Porque en el fondo sabemos que lo que vemos por esa ventanita no es más que una proyección de lo que alguna vez tuvimos, pero ya no tenemos.
Entonces creo que deberíamos soltar, dejar ir.
Soltar lo que (o a quien, mejor dicho) quiere irse, y aferrarse al que quiere quedarse (y queremos que se quede, obviamente). Cerrar la ventanita de una vez por todas, por más tentados que estemos a abrirla de vez en cuando “por las dudas” y verdaderamente dejar a las personas que se fueron, irse.
Duele, sí lo hace. Da bronca, mucha. Pero es real, es más real que estar colgados de una “ventanita” todos los días y, una vez que pase el dolor, vamos a estar bien, y vamos a ser capaces de ver a esas personas, esos ex-algo, a la cara y sonreír verdaderamente, porque dejamos ir, porque sacamos la curita, y aunque sangró un poco, ya sanamos, ya estamos bien, y ya no estamos colgados a una ventana de imposibles que no hace más que reabrirnos la herida una y otra vez.
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