Podías ver la fuerza en medio de su fragilidad, sentada allí, en aquella silla, parecía que estaba sentada sola, en medio de la nada, pero en realidad se encontraba en una habitación llena de gente.
Minutos antes había estado sonriendo, riendo y bromeando. Su sonrisa, aquella hilera de blancos dientes, era suficiente para iluminar toda la habitación. Sus ojos guardaban los rastros de las veces que aquella misma expresión había acontecido en su rostro, y el sonido de su risa parecía ser suficiente para traer comodidad y alegría a todos los presentes.
Luego la conversación pasó a otro tema, y ella aprovechó ese momento para perderse. Los pensamientos la inundaban, y si la mirabas ahora, veías a un ser pequeño, frágil. Repentinamente había cobrado y perdido años al mismo tiempo: por un lado quedaron a la luz los los años vividos, las lágrimas no lloradas y el estrés acumulado en las bolsas grisáseas debajo de sus ojos, en la expresión cansada de su rostro, en las marcas de preocupación de su frente que ahora parecían lo suficientemente profundas para competir con las huellas dejadas por las sonrisas, que se habían convertido en una silueta fantasmagorica en medio de un rostro desolado. Por otro lado, había rejuvenecido, en cuestión de minutos la mujer que derramaba amabilidad y belleza con cada paso se había convertido en una niña temblorosa cuya pequeñez pedía a gritos que la abrazaran, pero que jamás se dejaría acobijar.
Estaba convencida de que nadie la miraba, es por eso que se podía avistar su fragilidad. Normalmente, sólo mostraba su fortaleza, que como un rascacielo se alzaba hermoso y alto en medio de las nubes, imposible de derrumbar, inevitable de admirar.
Su desolación fue brevemente interrumpida por un pedido amable. El cambio fue casi automático: la sonrisa volvió a su rostro, los años que había ganado, se perdieron, y nuevamente creció hasta convertirse en la mujer que se encontraba sentada en aquella habitación. Incluso una broma amable abandonó sus labios, contagiando del buen humor que aparentaba llevar al emisor del pedido.
Pero así como había vuelto la vitalidad, a la misma velocidad de un chasquido se desvaneció cuando consideró que nadie la miraba.
Y una vez más estaba perdida en los secretos que ella sóla parecía saber, preguntándose si había alguien en la habitación que pudiera ver el cielo nocturno en sus ojos: infinito, oscuro, profundo y un tanto tenebroso, pero iluminado por miles de estrellas que encantan con su brillo.
¿Es que alguien era capaz de ver más allá de su sonrisa? ¿O esta era suficientemente luminosa como para encandilar a quien pusiese su vista en ella y evitar que pudiera avistar los largos campos oscuros e inhabitados que se escondían detrás?
¿Habría alguien en el mundo capaz de comprender a la chica de los ojos de estrella?
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