viernes, 25 de enero de 2019

María

Su paso es tan suave que a veces ni siquiera lo noto, pasa descalza por mi corazón tomando todas las cosas que me pesan, y haciendo mi carga más ligera con el simple roce de su manto. Sus manos dulces atienden mis heridas mientras que con severidad habla con su hijo, que es el Hijo de Dios, y es Dios en sí mismo, y le recuerda que yo estoy en la tierra, suplicando por sus milagros.

Jesús la mira un tanto reticente, es Él quien atiende mis suplicas, es Él quien conoce cuales son los tiempos perfectos, sin embargo, no puede decirle que no a su madre, y de la misma manera en que convirtió el agua en vino, atiende mi llamado.

¡Alabado y bendito mi Dios! Canto en alegría. Tan sutil es el paso de María que ni siquiera me pide que le de las gracias.

Sin embargo ella sigue ahí, caminando a mi lado, cubriéndome con su manto. Con su cálido tacto me acaricia cada vez que las preocupaciones no me dejan dormir, con su dulce voz me consuela cada vez que no me sale amar, es ella quien me revela el camino que Dios pensó para mí, cuando estoy demasiado asustada para oír la voz de mi Padre, es la Madre la que me revela lo que el Amor quiere para mí.

¡Oh dulce María! Llena de gracia, humana y chiquita, vos venciste a la serpiente, tan dulce, tan amorosa, y sin embargo fuerte y firme, decidida y con la esperanza puesta en Dios, tanta es tu fidelidad que el Pecado nunca logró corromperte.

Mamá del cielo, ¿Qué sería de nosotros sin tu sí? ¿Qué habría sido del Hijo del Padre sin tu fidelidad y tu docilidad? ¿Qué habría sido de todas las madres, sino tuvieran tu santo ejemplo?

Mamá, quiero ser más como vos. Quiero hacerme grande en mi pequeñez, quiero que mi sí sea tan firme como el tuyo, quiero ser capaz de pedirle los milagros a Jesús de la misma forma en que vos lo haces, quiero ser bendecida por tu dulzura, quiero escuchar al Espíritu antes que a la razón.

Cada vez que te miro, nada más que amor me devuelve tu mirada, ¿Como un ser humano puede amar tanto como vos amas?

Con tu manto y tus brazos abiertos, me llamas: “Hija, vení, con tu Padre del cielo te estamos esperando”, y cada vez que dudo en decirte que si, vos me aguardas, nunca cerrás los brazos, nunca te cansas conmigo, de la misma forma que tampoco se cansa Papá.

Tan suave es tu tacto que a veces ni siquiera lo noto, salvo por el sutil perfume que a veces me alerta de tu presencia, el olor a rosas me invade y calienta mi corazón, y todo mi ser clama por abrazar a mi Madre.

Santa y bendita sos. Ojalá algún día pueda ser más como vos.

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