La regla del más fuerte.
¿Quién es el más fuerte?
Seguro que no es el que nunca fue vencido. Tampoco el que nunca se cayó. Ni el que no conoce la humillación, el dolor, la traición, la ira, el arrepentimiento.
Entonces, contrario a la creencia popular de que el más fuerte es un Hércules, un humano inmortalizado por los dioses, que ganó todas sus batallas y destaca de entre los débiles, el más fuerte es aquél que se está arrastrando.
Sí, ese con la piel toda lastimada que ya no puede ni pararse.
Aquél estropajo, apenas humano, que se arrastra porque no quiere parar, porque no se rinde porque sigue adelante.
O aquél otro, lleno de cicatrices, cuya sonrisa no es más que una cortadura horizontal en su rostro, pero que aún consciente de sus imperfecciones, sigue sonriendo.
O ese que está internado cerrando todas las heridas que no puede cerrar solo, para las que necesita ayuda.
Entonces el más fuerte no es el de la piel impoluta y las batallas ganadas.
El más fuerte es el perdedor. El humillado. El pobre y lastimado, que a pesar de todo a lo que se vio expuesto aún sigue luchando, se sigue esforzando, porque entre tanta pérdida, su única victoria es su resistencia, su determinación, su perseverancia.
El más fuerte no es el dios entre los hombres, sino el que fue sanado, al que le echaron sal en la herida para que no se le infecte, el que lloró, gritó y rogó inútilmente, porque nadie le tenía compasión, y el que, cuando le tuvieron compasión, sumido en el odio, clavó un puñal en la mano que le tendían.
Esa persona que fue repudiada, que nadie quería cerca, que está llena de cicatrices que de vez en cuando se reabren para volverse a cerrar, ese es el más fuerte.
Y está caminando constantemente entre nosotros, ejercitando su fortaleza día tras día, porque no hay ningún Zeus que lo premie con la inmortalidad, sólo humanos que siguen haciéndole más heridas.
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